Antonio Sastre, el hombre orquesta


Antonio Sastre, el hombre orquesta

De delantero, de volante, de defensor y hasta de arquero. El Cuila jugó en todas las posiciones de la cancha y en todas la rompió. Fue ídolo en Independiente y en el San Pablo, y para muchos también el inventor del fútbol moderno en Sudamérica.

El Cuila Sastre en Independiente.
 El primer jugador argentino que encarnó el "fútbol total"
“Yo trabajaba en una fábrica de jabón y cuando salía me iba a jugar al fútbol con mis compañeros. En uno de esos partidos me vio un dirigente de Independiente y me dijo que fuera a probarme en un amistoso contra Lanús, que iba a jugar para los suplentes. Mi ilusión era ver a los jugadores de Primera. Quería conocer a Manuel Seoane, que era mi ídolo. Así que fui, jugué y cuando estaba por empezar el otro partido el Negro me preguntó si me animaba a entrar con los titulares, porque Alberto Lalín estaba lesionado. Yo no lo podía creer, cuando me vino a hablar me di vuelta y miré para atrás para ver si le estaba diciendo eso a algún otro. Al final jugué y desde entonces no salí nunca más”. Antonio Sastre, tal cual explicaba, fue futbolista casi por azar. Gracias a un puñado de factores que se conjugaron para abrirle camino y transportarlo, de manera inmediata, de la jabonería en la que trabajaba a la Primera División de un fútbol argentino que estaba en el umbral del profesionalismo.
Nacido en Lomas de Zamora en 1911, empezó a jugar al fútbol en Progresista de Avellaneda y debutó oficialmente en Independiente el 4 de junio de 1931, contra Argentinos Juniors en La Paternal. Su primera posición fue la de volante por derecha, detrás de Facio, Ravaschino, Constante y Seoane, pero más temprano que tarde comenzó un peregrinaje que lo llevó a ocupar cada rincón de la cancha. Sastre jugó de todo y de todo jugó bien.

Con su liderazgo tácito, se encargaba de mover los hilos del equipo, de ponerle ritmo con sus corridas y de agregarle pausa con sus gambetas. También se convertía en villano cuando era designado para marcar a la figura rival. Fue su voluntarioso talento el que no tardó en transformarlo en el ídolo de los hinchas del Rojo, y él les retribuyó el cariño con el bicampeonato de 1938 y 1939. Independiente ganó ambos Campeonatos de Primera División con un récord goleador que aún no fue superado: convirtió 115 goles en 32 partidos el primer año, mientras que en el segundo hizo 103 en 34. Claro que los intérpretes eran inmejorables en aquella delantera formada por Vicente De La Mata, Antonio Sastre, José Vilariño, Arsenio Erico y José Zorrilla.

Vicente De La Mata, Arsenio Erico y Antonio Sastre,
 la temible delantera de Independiente
 bicampeón de 1938 y 1939 con récord goleador.
Durante sus mejores años también era polifuncional fuera de la cancha, porque al mismo tiempo que jugaba en Independiente trabajaba en una panadería de Flores. Incluso, muchas veces para ahorrarse el boleto del tranvía hasta su casa de Avellaneda, se quedaba a dormir en la cocina, y armaba su cama sobre las bolsas de harina y al calor del horno. Sin embargo, tuvo que cortar con la costumbre en 1937, cuando se corrió la voz de que se lo podía encontrar allí y el local se convirtió en un espacio de culto al que se acercaban los fanáticos para verlo, tocarlo y pedirle consejos. En aquel año, Sastrín, como se lo conocía, había sido una de las figuras de la Selección Argentina en el Sudamericano de Buenos Aires, que la albiceleste había ganado tras derrotar a Brasil 2-0 en el último partido jugado en el Viejo Gasómetro. La curiosidad es que el Cuila jugó todo ese torneo de lateral derecho, y contra los brasileños la rompió anulando a la legendaria ala izquierda compuesta por Tim y Patesko.
“No me gustaba que me robaran la pelota, porque la pelota hay que pelearla y si te la sacan es porque perdiste la pelea. Esos que la pierden y se quedan con los brazos cruzados no deberían jugar. Así era en el potrero, que fue para mí lo que el paraíso para otros”, repetía Sastre, como si se tratara de una declaración de innegociables principios.

En 1941 volvió a ganar el título del Sudamericano, en una edición extraordinaria desarrollada en Santiago de Chile. El motivo era la conmemoración del cuarto centenario de la fundación de la ciudad. No se puso un trofeo en disputa, pero en la actualidad se lo considera un logro oficial. Argentina ganó el torneo con cuatro triunfos en cuatro partidos, y Sastre jugó de volante por derecha, asistiendo al Charro José Manuel Moreno y a Juan Andrés Marvezzi, el delantero de Tigre que resultó goleador del certamen.
El Cuila preparándose para un
partido con la Selección Argentina, con la que ganó
los Sudamericanos de 1937 y 1941.

Un año después cerró su gloriosa estadía en Independiente. El 4 de octubre de 1942, en un empate 2-2 contra Platense, hizo el último de sus 112 goles en el Rojo, y dos semanas más tarde otra igualdad, 1-1 con Boca, marcó su despedida en su partido número 340. Como recuerdo se llevó una montaña de elogios por su capacidad de adaptarse a cualquier función dentro de una cancha de fútbol. Para ese entonces ya había jugado de delantero, de volante, de defensor y hasta de arquero, en dos oportunidades, en reemplazo de Fernando Bello. La primera vez fue contra San Lorenzo, por el Campeonato Argentino, y la segunda frente a Peñarol, en un amistoso. ¿Cómo le fue? Nadie pudo hacerle goles.
Su siguiente aventura lo llevó al San Pablo de Brasil, que se puso en contacto por él por expreso pedido del entrenador Vicente Feola, el mismo que después se consagraría con la selección brasileña en el Mundial de Suecia 1958 y que dirigiría a Boca a comienzos de los sesenta. “Nosotros teníamos un buen equipo, pero necesitábamos un jugador que equilibrase nuestro sistema táctico. Sastre vino e hizo eso. Con él, fuimos campeones tres veces en cuatro años. Les digo a los muchos que no lo vieron jugar que él tuvo la misma importancia que tuvo Zizinho primero y Gerson después, jugadores que vivieron para darle tranquilidad al equipo dentro de la cancha”, recordó tiempo después el técnico paulista.

Sastre llegó a un fútbol brasileño que recién empezaba a abrirse a los futbolistas negros, porque hasta entonces había sido un deporte exclusivo de los inmigrantes europeos. Descentralizados, los torneos eran sólo estaduales y el Campeonato Paulista lo dominaban el Corinthians y el Palmeiras. San Pablo, que no se alzaba con el título desde 1931, soportaba estoicamente las cargadas de todos sus rivales. Una burla popular decía que el Tricolor iba a salir campeón el día que tirase una moneda al aire y cayera parada. Sastre, entonces, se encargó de poner la moneda de canto.


Jugando a las bochas con Roberto Cherro,
otro reconocido crack de la época.
“Cuando llegué a San Pablo –recordaba Sastre– no me pude adaptar rápido. La prensa decía que el equipo había comprado un bondi, que es como ellos le llaman a los tranvías viejos, a los fierros oxidados. Los primeros dos partidos los perdimos y se fue el técnico. Ahí vino Lloreca, y como yo no estaba acostumbrado a entrenar todos los días ni a concentrar antes de jugar, le fui a hablar y me dejó ir directamente los domingos a la cancha, antes del almuerzo. En el primer partido que jugamos con él, contra Portuguesa, ganamos 9-1 y yo metí seis goles”.
Sastrín pronto se destacó como un jugador polivalente y, al igual que había hecho en su momento con el paraguayo Erico en Independiente, se convirtió en un coprotagonista estelar encargado de abastecer a Leónidas, el Diamante Negro, el temible delantero brasileño que fuera goleador de la Copa del Mundo de Francia 1938. El primer año, Sastre llegó a préstamo a cambio de 10 mil pesos argentinos, y finalmente se quedó otras tres temporadas más cuando el San Pablo compró su pase por 30 mil pesos.


Con el Tricolor fue campeón paulista en 1943, 1945 y 1946, y subcampeón en 1944 (el título quedó en manos del Palmeiras). Su fútbol fue la semilla que tiempo después germinó en el suelo de Brasil, para convertirlo en la tierra del jogo bonito. “Los argentinos quieren copiarnos a los brasileños, pero se olvidan de que un argentino vino a Brasil hace veinte años para enseñarnos el fútbol a nosotros. Se llamaba Antonio Sastre”, le contó el técnico Osvaldo Brandao a Juvenal, periodista de El Gráfico, en 1967.

Una de las pocas fotos de Sastre en acción jugando en el ascenso para Gimnasia, con el que ganaría el título de Segunda División en 1947, en un partido contra Defensores de Belgrano.
En 1946 Sastre decidió retirarse y a pesar de las insistencias, en San Pablo no pudieron convencerlo de que continuara. A modo de homenaje, le dedicaron un busto en el ingreso del estadio Morumbi y le organizaron un partido de despedida contra River, que el Tricolor perdió 2-1. El gol lo hizo el Cuila y mientras se cambiaba en el vestuario recibió una visita de lujo. “No sé cuándo vuelve a nuestro país, pero apenas pise Argentina considérese jugador de River. Las cifras del contrato las fija usted”, le dijo Antonio Vespucio Liberti, el presidente millonario. Sastre agradeció la propuesta, pero la rechazó.
Ya de regreso en Argentina, fue a visitar a su amigo Roberto Sbarra y la nostalgia le ganó de mano. Sbarra era el técnico de Gimnasia de La Plata, que luchaba por volver a Primera, y lo invitó a entrenar con el equipo. Sastre aceptó y esa misma tarde abandonó su retiro fugaz para sumarse al Lobo. Jugó una temporada, hizo cuatro goles en 14 partidos y el equipo logró ascender. Ahí sí dejó la actividad a los 36 años.

Una vez retirado, nunca más volvió a relacionarse con el fútbol. Se ganó la vida montando una distribuidora de diarios y también fue dueño de una empresa de seguros. No obstante, la Fundación Konex lo rescató del olvido y en 1980 le otorgó el Diploma al Mérito como uno de los cinco mejores futbolistas de la historia argentina (los otros cuatro fueron Pedernera, Di Stéfano, Maradona y el Charro Moreno). El 23 de noviembre de 1987, a los 76 años, falleció de un derrame cerebral en su casa de Avellaneda.

Para el final queda un trazo de la inigualable pluma de Juvenal, que así despidió a Sastre en la edición 3556 de El Gráfico: “Es una cita obligada, un mojón ineludible, un punto de referencia fundamental para saber que hoy el fútbol argentino es así porque existió alguien llamado Antonio Sastre. Para comprender que Independiente es como es porque alguien llamado Antonio Sastre le dio su estilo, su vocación y su filosofía futbolera. (…) Sin gritos, sin gestos, sin dar nunca la sensación de que mandaba y ordenaba a todos sus compañeros. En el medio de esos dos extremos ´inventó´ el fútbol moderno. El polifuncional. El hombre de toda la cancha y todas las funciones. El antepasado ilustre de Alfredo Di Stéfano y Johan Cruyff. El creador del fútbol total en Argentina. (…) Vale repetirlo porque siempre se dice que el nuestro es un fútbol con historia. Somos como somos, Independiente es como es, porque allá por los años treinta existió alguien llamado Antonio Sastre”.


Otras entradas al blog sobre Antonio Sastre:

Antonio Sastre, el Primer Polifuncional







0 comentarios:

Hace 21 años, la Primera Supercopa


Hace 21 años, la Primera Supercopa

Hace 21 años, Independiente ganaba su primera Supercopa 
El 9 de noviembre de 1994, el Rojo vencía 1-0 a Boca en la final de vuelta con gol de Sebastián Rambert, y se quedaba con una de sus dos conquistas en este certamen que sólo podían jugar los campeones de la Copa Libertadores. 

Islas y Usuriaga, levantando el trofeo.
La Supercopa Sudamericana de 1994 quedó en manos de un equipo argentino. Aquél torneo que sólo podían jugar los que alguna vez levantaron la Copa Libertadores de América tuvo una final netamente nacional, ya que Independiente le ganó a Boca y alzó el primero de sus dos trofeos en este certamen.

El Rojo empezó su camino en octavos de final ante el Santos, con el que cayó 1-0 en la ida -con gol en contra de Sebastián Rambert- pero terminó dando vuelta la historia 4-0 en casa, con festejos de Claudio Arzeno, Albeiro Usuriaga, Rambert y Hugo “Perico” Pérez (de penal). En los cuartos de final nuevamente se topó con un elenco brasileño: el Gremio. La ida fue 1-1 en Porto Alegre, con otro tanto marcado por Pascualito Rambert, y en el duelo definitorio, Usuriaga y Gustavo López establecieron el 2-0 que depositó al Diablo en semifinales.

La definición consagratoria de Rambert
Allí, otra vez le tocó un elenco del país vecino. En este caso fue el Cruzeiro. Edenilson logró el 1-0 en la ida para los brasileños, pero en el regreso el Rojo goleó 4-0, con doblete del Palomo, uno de Rambert y otro de José Tiburcio Serrizuela. La final sería con Boca.

El Xeneize también venía de dejar a huesos duros en el camino: Peñarol, River y San Pablo. El primer encuentro se jugó en la Bombonera, donde igualaron en uno. Los tantos fueron de Rambert para la visita y de Sergio “Manteca” Martínez para los de azul y oro. En el segundo chico, en la Doble Visera, Independiente sacó a relucir toda su mística y con el 1-0 de Rambert -de emboquillada sobre Carlos Navarro Montoya- sumó un nuevo título internacional más, para acrecentar su mote de Rey de Copas.


Ése elenco, que condujo desde el banco de suplentes Miguel Ángel Brindisi, marcó una era en la historia del Diablo, por su apuesta futbolística y los nombres que quedaron inmaculados en el recuerdo, además de los título que logró.




0 comentarios:

El Hombre de Mimbre - Entrevista al Gran Arsenio Erico



El Hombre de Mimbre - Entrevista al Gran Arsenio Erico

Arsenio Erico en una charla con la revista Goles, en la década del 70. Así pensaba, sentía y hablaba el más grande goleador del Club Atlético Independiente y del fútbol argentino.

El más grande goleador de la historia, entrevista de Raúl H. Molina en la revista "Goles".

“Tenía todo: gambeta, velocidad, tiro, gol… Cabeceaba como un fenómeno. Grito fervoroso de la hinchada de Independiente, arrastró multitudes a las canchas que iban a ver “sus goles”. En una temporada en la que la delantera roja con Maril, De la Mata, Erico, Sastre, Zorrilla, pasó de los 100 goles, el piloto paraguayo hizo la mitad. Grande entre los grandes del fútbol argentino su figura se perpetuó como el más grande goleador de la historia.

Parecía de mimbre. Un hombre de goma. Manejando, tocando la pelota con las dos piernas, gambeteaba siempre hacia adelante, en profundidad. O entraba a la búsqueda del pase en velocidad para tirar y embocar. De arriba era un espectáculo. Saltaba, y en el aire ejecutaba una vuelta o especie de tirabuzón para cabecear hacia abajo, a un rincón, adonde no llegaba ningún arquero. No necesitaba acomodarse. Le bastaba elevarse —siempre por encima de los defensas contrarios— para ubicar el cabezazo que terminaba con la pelota en la red. Hizo goles de toda laya y pelaje. Siempre con su marca inconfundible que, en el transcurso del tiempo que es historia, se conocen como “los goles de Erico”.

Fino, exquisito, piloteó un ataque de Independiente que, siendo grande por su sola presencia, adquirió el carácter de mito del fútbol argentino, esos mitos que por tales no tienen muerte, y porque sus cinco integrantes son vigencia viva y permanente: Maril, De la Mata, Erico, Sastre y Zorrilla.

Él vino de Paraguay extraído de la selva del Chaco, en una hora trágica de América, y a las 48 horas “los goles de Erico”, el paraguayo de mimbre que parecía hacer un gol cuando él quería. Por una docena de años pareció ser el dueño del gol, pero todas sus hazañas quedaron minimizadas con su tripleta inigualada de tres temporadas como scorer con cifras sin parangón: 47 goles en 1937, 43 en 1938 y 40 en 1939.
de estar en Buenos Aires era sensación de las canchas e ídolo de hinchada del club de Avellaneda. Después ya no hubo fronteras de colores; sus goles suscitaron una pasión honda en las multitudes que llenaban las canchas para ir a ver

Como a un José Manuel Moreno o un Adolfo Pedernera, como a un Antonio Sastre, o un René Pontoni, como a todos los grandes jugadores argentinos de las décadas del 30 y 40, le faltó a Arsenio Erico el marco incomparable de un Campeonato Mundial. Así como llegó a jugar a Buenos Aires como consecuencia de la Guerra del Chaco, la otra conflagración, la que azotó como un flagelo al mundo, interrumpiendo la disputa de la llamada entonces Copa Jules Rimet, le robó a Erico la posibilidad de haber exhibido todo su talento y la obra exquisita de sus goles en la vitrina del torneo ecuménico. Pero ni esa falencia involuntaria alcanza para borrar la imagen de un jugador excepcional. Un fuera de serie auténtico.

Cuando hoy uno pretende señalar a los mejores centre forwards del fútbol argentino de ahora y de antes, de todos los tiempos, piensa en Pedernera y Pontonl, se acuerda de (Herminio) Massantonio y de Rubén Bravo, y de pronto cae en la cuenta de que no puede dejarlo afuera a Arsenio Erico. ¿Quién se atrevería a cometer semejante barbaridad con un jugador que lo tuvo todo, que hizo de todo, que si el gol no hubiese existido en el fútbol lo habría inventado él? Si no lo hizo fue porque el gol se inventó para Erico.

La presente es una charla de dos horas mantenida con Erico en su casa de Castelar donde hace 15 años formó un hogar feliz con su esposa Aurelia Blanco, a quien Arsenio y sus amigos en la intimidad llaman por Perla. Ella cuenta:

Mari; Zorrilla; Erico; De la Mata
—Yo fui de niña hincha de Independiente. Hasta me hice socia. Iba a todos los partidos, incluso los que jugaba el equipo de reserva los sábados a la tarde. Nunca, sobre todo en esos años en que Arsenio e Independiente eran la atracción mayor de las canchas, falté a un partido. Lo admiré como jugador y años más tarde, cuando lo conocí, admiré también al hombre al punto de unir mi vida con él. Ya tenemos 15 años de matrimonio y vivimos felices desde entonces en esta casa que es nuestra. La gente acá en Castelar es muy buena, y todos, los que lo vieron jugar a Arsenio o los que oyen su historia, nos tratan con cariño y simpatía. ¡Qué me dice, usted, ninguna defensa podía pararlo, y yo en cambio, lo paré en el área del matrimonio…!

Arsenio, que asiste silencioso a la charla entre el cronista y su esposa, esboza apenas una sonrisa para comentar: “Y quiero que sepa, que en la época que yo jugué el fútbol no tenía la tremenda difusión de ahora. Desde luego, no existía la televisión, ni había tanta cantidad de publicaciones especializadas ni tampoco los diarios le daban tanto espacio para contar los partidos y la vida de los jugadores. Hoy es un mundo distinto. En el fútbol se juegan fabulosas cantidades de dinero, y como consecuencia, los jugadores cobran mucho. Tal vez ésta es una de las razones porque el fútbol mismo ha cambiado. Pero yo no critico a los jugadores de ahora; por el contrario, los felicito. Yo llegué a cobrar doscientos pesos mensuales en Independiente más un porcentaje que nos daban de la recaudación por partidos ganados. Para esos efectos, el empate no tenía valor”.

“A veces, con suerte, jugando con River o Boca, cobrábamos 80 ó 100 pesos extras. Y el contrato mayor que firmé fue por 7.500 pesos repartidos en cuotas trimestrales. Hoy perciben millones. Es que los tiempos son distintos. Yo de lo mío estoy conforme. Jugué porque me gustaba y me divertía. Cuando me di cuenta que la cosa ya no iba y que empezaba a aburrirme, largué. En 1947 jugué tres meses en Huracán y dije basta. Hoy no voy a las canchas. No me gusta ver jugar. Sólo veo algo por televisión. Por ella supe de la existencia en estos tiempos actuales de ese fenómeno que fue Pelé…”

Casi al promediar la década de 1930, América entera, al mundo, se conmovieron con el estallido de la con el sacrificio de miles y miles de vidas de lo mejor de la juventud de ambos países. Países hermanos, movidos por resortes e Intereses ocultos, fueron empujados a un belicismo cruel que exigió un tributo permanente de sangre y muerte. La metralla surgida desde la selva chaqueña retumbó en todo el continente y sus ecos envolvieron a todos —combatientes o no— en un clima de congoja y dolor.
“Guerra del Chaco”. Esos absurdos que de pronto toman cuerpo dentro de la razón de la sin razón provocaron un conflicto doloroso entre Paraguay y Bolivia,

Los dos países llamaron a las armas a todas sus reservas. Y la juventud, que siempre es mística y romántica, acudió presurosa y henchida de patriotismo a reconocer banderas. El fútbol paraguayo, que ya contaba con un sólido prestigio continental, registraba entre sus equipos más calificados al del club Nacional. Allí jugaba y ya demostraba su vocación de goleador Arsenio Erico. Joven, bien plantado, asomaba su arrogancia en el área, su facilidad “para irse”, desprendiéndose de todos sus adversarios, para poner la pelota allí, justo en un rincón, como midiéndola, ante la desesperación e impotencia de los arqueros. Patriota como el que más, Erico no pudo desoír el llamado de la patria y se enroló en los cuerpos uniformados que marchaban entre cantos de optimismo hacia el campo de batalla. Le mayoría para morir frente a la metralla inmutable que segaba vidas y abría una herida profunda que hacía sangrar el corazón de América…

LA TRAGEDIA DEL CHACO


Cuarenta años más tarde, sentado en la quietud de! jardín de su casa de Castelar, restañadas las heridas y adormecidos los recuerdos que anidan en su corazón, Arsenio Erico prefiere dejar de lado al ex combatiente del Chaco para contarnos del otro Erico, el ídolo de las multitudes, el jugador estupendo cuyos goles quedaron grabados a fuego como para llenar muchos de los más sensacionales capítulos de la historia y la emoción del fútbol argentino. En la perspectiva del tiempo, sin ampulosidad, como contando la vida de un extraño, el inolvidable piloto rojo va revisando recuerdos:

“Entre toda juventud que hizo el holocausto de su vida en el Chaco, yo fui un afortunado. Por de pronto, sobreviví. Tal vez porque un designio del destino me sacó a tiempo de las llamas del fuego trágico. Una feliz gestión de la Cruz Roja Internacional me permitió desmovilizarme para incorporarme a un equipo uruguayo que, patrocinado por esa noble institución, salló de Paraguay para jugar en las provincias argentinas y en el Uruguay. Se trataba de reunir fondos de socorro para los damnificados de la guerra. Nos fue bien. En todas partes el público nos recibió con simpatía”.

“Corría el año 1934. Fue entonces cuando me encontré con mi amigo Raúl Garat, que tenía fuertes vínculos con directivos del club Independiente. Él les habló de mí y me trajeron a Buenos Aires, llegué un día jueves y al domingo siguiente debuté con la casaca roja nada menos que frente a Boca Juniors. No tuve la suerte de hacer goles, pero parece que impresioné bien. Los jugadores paraguayos ya tenían buen nombre en este país. Por Boca había pasado con su tremenda calidad Fleitas Solich, quien, siendo yo todavía un niño o adolescente, nos entregaba enseñanzas, allá en Asunción, cuando yo comenzaba a jugar en Nacional. Además que cuando yo vine ya estaba bien asentado aquí el prestigio de todos mis compatriotas, que eran mayoría en las filas de Atlanta. Sobre todo, la línea media integrada por Garcete, Munt y Accinelli. Los dos últimos pasaron a jugar en equipos grandes, en tanto que Garcete, que era el mejor, se lesionó de los meniscos y como entonces la ciencia médica no estaba tan adelantada como ahora, debió dejar el fútbol”.

“Es curioso, me acuerdo como si fuera hoy de mi debut y en cambio no tengo memoria de cuál fue mi último partido. Si de aquél tengo como una película en la memoria hasta de quiénes fueron mis compañeros de ese tarde en Independiente: Bello; Lecea y Fazio; Celestino Martínez, Corazzo y Berán; Valentini, Álvarez, yo mismo, Sastre (don Antonio) y Martínez, hermano mellizo de Celestino (*). Al domingo siguiente nos tocó enfrentarlo a Chacarita Juniors, ganamos tres a uno, y ya me reencontré con el arco, siendo el autor de dos goles. Después, bueno, después vino lo que todos saben… La gente me recuerda y en la prensa, ustedes, los periodistas, suelen hablar de mis goles. Algún mérito mío tiene que haber existido, pero nada pudo ser a no mediar los compañeros que la fortuna puso a mi lado”.

ESOS GOLES CON MARCA


“¿Se da cuenta usted que tuve a mi lado durante 10 años a Vicente de la Mata y a Antonio Sastre? ¿Qué me dice de ese par de jugadores? Eran dos fenómenos. Y nunca desertaban, jugaban todos los domingos, temporadas enteras, sin acusar una lesión o buscar un pretexto para no jugar. Todos los jugadores de esa época eran iguales, nadie quería quedarse sin jugar. Transcurrían temporadas completas y jamás se producía una ausencia. Nadie se ha puesto a pensar nunca en la cantidad de grandes insiders que siendo de Independiente no tenían puesto en el primer equipo porque Vicente y Antonio no aflojaban jamás. Fueron muchos”.

A. Sastre; V. De la Mata; A. Erico.
“Y ahora recuerdo de modo especial a Emilio Reuben, que había venido de Vélez Sársfield siendo (Agustín) Cosso y el chileno Iván Mayo, excelente jugador. Lo mismo ocurrió con Antonio Ciraolo, que, tal vez cansado de esperar su oportunidad, aceptó un contrato para irse a jugar a Chile. Y hubo otros más, todos tapados por el talento inagotable de Sastre y De la Mata. Lo propio, se me ocurre, pasó con los punteros. Primero estuvo Vilariño en la punta derecha, y cuando se fue también a Chile, su lugar lo ocupó Maril, que fue el dueño del puesto por muchas temporadas. Y lo mismo ocurrió en el extremo izquierdo con Zorrilla. Pero los que no jugaron, o lo hicieron con intermitencias, no por falta de calidad, sino porque Vicente y Antonio tenían un feudo hecho de su calidad maravillosa, fueron grandes jugadores. Mire que mucha gente se olvida ahora que en esa temporada de 1937, cuando yo alcancé la cifra de 47 goles, el insider izquierdo fue Emilio Reuben, que, como le decía, se fue a jugar a Chile para brillar con luz propia”.
estrella, y conformando un terceto central delantero inolvidable con (Agustín) Cosso y el chileno Iván Mayo, excelente jugador. Lo mismo ocurrió con Antonio Ciraolo, que, tal vez cansado de esperar su oportunidad, aceptó un contrato para irse a jugar a Chile. Y hubo otros más, todos tapados por el talento inagotable de Sastre y De la Mata. Lo propio, se me ocurre, pasó con los punteros. Primero estuvo Vilariño en la punta derecha, y cuando se fue también a Chile, su lugar lo ocupó Maril, que fue el dueño del puesto por muchas temporadas. Y lo mismo ocurrió en el extremo izquierdo con Zorrilla. Pero los que no jugaron, o lo hicieron con intermitencias, no por falta de calidad, sino porque Vicente y Antonio tenían un feudo hecho de su calidad maravillosa, fueron grandes jugadores. Mire que mucha gente se olvida ahora que en esa temporada de 1937, cuando yo alcancé la cifra de 47 goles, el insider izquierdo fue Emilio Reuben, que, como le decía, se fue a jugar a Chile para brillar con luz propia”.

—Ya que mencionó los 47 goles del Campeonato de 1937, ¿cómo fue esa historia de los 43 del año siguiente?

Con el tiempo se ha deformado un poco. No es efectivo de que hubiera existido un premio instituido por una popular marca de cigarrillos para el jugador que en la temporada marcara 43 goles. Ocurrió que en el último partido del torneo nosotros enfrentábamos a Lanús y algunos periodistas amigos se me acercaron al vestuario con una iniciativa: “Mirá, Arsenio, no te pasés de los 43 goles. Si los conseguís nosotros nos vamos a encargar de convencerlos a los fabricantes de estos cigarrillos de la conveniencia que es para el prestigio de su marca, que te acuerden un premio especial”.

“Salí a la cancha pensando que nada podía perder si lograba fijar mi cuota de goles en los 43. Y como me faltaban dos, me conformé con hacer sólo un par. Independiente ganó ocho a uno (**), pero yo me paré en mis 43, y en la semana la idea aquella de los periodistas se tornó realidad; me llamaron de la industria tabacalera y me entregaron una recompensa de dos mil pesos. Una pequeña fortuna para aquellos años. Todo esto ocurrió en 1938. El 39, si mal no recuerdo, fui segundo en la tabla de goleadores, y en 1940 recuperé mi posición de goleador absoluto con 40 goles. Después seguí haciendo goles, pero ya aparecieron hombres como el vasco (Isidro) Lángara, mi compatriota Mellone, Severino Varela. Muchos más, y ya no fue tan fácil adueñarse del liderazgo. Pero no se crea que Independiente perdió su condición de equipo que se caracterizaba por su alta producción. En esa delantera todos hacían goles. Yo acaso tuve más fortuna que otros. En una de esas temporadas Independiente superó los 100 goles y míos fueron casi el cincuenta por ciento. Pero los goles eran de todos, los podía hacer yo, De la Mata, Sastre, cualquiera, pero le pertenecían a todo el equipo a su equilibrio y a su fútbol, que estaba puesto al servicio de la búsqueda constante y la conquista del gol. Era una vocación del equipo…”

LA GOLEADA A LOS BRASILEÑOS


—¿De modo que esa delantera que conformó junto a Maril, De la Mata, Sastre y Zorrilla fue la más grande donde usted jugó?

Erico y Junin (Nacional)
“Desde luego, en lo que toca a un club y al caso específico de Independiente. Pero ahora que usted me lo pregunta, me acuerdo de otra de la que tuve también la gran fortuna de formar parte. Excluya si quiere el nombre del centre forward, que era yo, pero anote los restantes, que esto es historia grande del fútbol argentino: Maril y De la Mata por la derecha, con Pedernera y José Manuel Moreno por la izquierda. ¿Se da cuenta? Ocurrió en 1939. Independiente y River Plate habían acordado la integración de un combinado para realizar una gira por Europa. Nunca pudo ser, porque la guerra mundial lo impidió. Pero no obstante, se concertaron un par de partidos acá, en Buenos Aires, con el combinado de Vasco y Flamengo de Río de Janeiro, que era una virtual selección brasileña. Ellos traían como una amenaza al centro delantero Leônidas, el famoso “Diamante Negro”. En el primer partido les hicimos cuatro goles, y los dirigentes, muy preocupados, ya en el entretiempo, nos recomendaron; “Muchachos, párense un poco, que de otro modo para el segundo partido no va a venir nadie y va a ser nuestra ruina económica”. Igual les ganamos la revancha, aunque con menos goles”.

“Le di la delantera. Es de Justicia recordar al resto de la formación argentina, porque esos partidos En el arco estuvo Bello; luego Fazio y Coletta; Santamaría, Minella y Celestino Martínez. Era tal la cantidad de cracks que un jugador tan fabuloso como Antonio Sastre no tuvo cabida, y como sobraba tanta gente, las directivas de los dos clubes resolvieron enviarlo a jugar a Chile al equipo de “suplentes”. Fue hasta Bernabé Ferreyra. Y usted sabe bien que nunca fue cosa fácil jugar allá en Chile. Si tenían un señor arquero como fue el “Sapo” Livingstone, que después fue figura en el arco de Racing, y delanteros de la calidad de Raúl Toro, que, por lo que recuerdo, fue scorer del Campeonato Sudamericano Nocturno disputado aquí, en Buenos Aires, en 1937. Fue una lástima que la guerra nos haya dejado sin ir a jugar a Europa. Con los jugadores que había podían formarse tres selecciones, y el gran problema consistía en resolver quién se quedaba afuera”.
constituyen uno de mis mejores recuerdos y corresponden a una época maravillosa del fútbol argentino.

“Por lo menos existían tres o cuatro cracks en cada puesto. Y jugar en primera no era broma. Si usted no manejaba los dos pies, no sabía bajar y “matar” una pelota, o no era capaz de colocar un pase a 30 metros, el público y la crítica lo destrozaban. Comprendo que los tiempos y las exigencias han cambiado. Hoy sólo parece regir el imperativo de ganar a cualquier precio, aun en detrimento del fútbol mismo. Yo creo que es una cuestión económica, que supera incluso el propósito y la vocación de los que quieren jugar. Yo no me convierto en censor de nadie, simplemente marcos dos épocas distintas, aquélla, la mía, sin rescate. Tal vez será por eso que ahora no voy a las canchas. No sé. Se trata de un modo de sentir el fútbol, y lo actual no me llega ni me toca. Pero lo respeto. Yo no puedo detener la marcha del mundo ni menos oponerme a los cambios en la existencia humana. Sucedió con todas las actividades del hombre y no veo razón para que el fútbol haya podido escaparse a este proceso. Cada cual vive el tiempo que le corresponde. Yo hice la mía y fui feliz porque jugué el fútbol como lo sentía, lo que me proporcionó diversión y alegría de vivir. Sentí la sensación real del hombre que colmó sus aspiraciones, porque vivió en plenitud, conforme consigo mismo”.

Naturalmente que las piernas maravillosas de Arsenio Erico, aquellas, como su cabeza, que ejecutaron goles que fueron pequeñas obras de arte, no sólo sintieron el paso del tiempo. Están enfermas. De la izquierda lo sometieron hace algún tiempo a una intervención quirúrgica, de la que felizmente se ha ido recuperando lenta pero seguramente. De la derecha sufre de un mal denominado “claudicaciones intermitentes”. Eso lo obliga a un escaso movimiento y a permanecer mucho tiempo sentado. Pero su espíritu se mantiene enhiesto, viviendo la felicidad que le proporciona su hogar y la certeza de que está para siempre en la “galería de la fama”, de los grandes de todos los tiempos.”

Notas:

(*) Independiente formó con: Bello; Fazio y Lecea; Ferrou, Corazzo y Celestino Martínez; Rojas, Álvarez, Erico, Sastre y Adolfo Martínez. Fuente: Historia del profesionalismo, de Pablo Ramírez.

(**) Independiente derrotó 8 a 2 a Lanús, según la "Historia del profesionalismo" de Pablo Ramírez.

Revista Goles

Otras entradas al blog sobre Arsenio Erico:

ARSENIO ERICO, EL GARDEL DEL FUTBOL



3 comentarios: